Cómo pararles la mano




Por Alejandro Guerrero


La inflación en julio fue del 4 por ciento. Suma un 87 por ciento desde enero y un 263 por ciento interanual. Son números aplastantes, que explican la mayor recesión desde 1975, durante aquel mes histórico en que Celestino Rodrigo estuvo al frente de Economía.


El gobierno se jacta de la desaceleración de la inflación, pero olvida citar la devaluación de diciembre, que rebanó salarios y jubilaciones. El parate de la economía es el líquido de frenos más eficaz para la inflación, pero tiene un costo social demoledor.


La actividad económica se ha desplomado un 5,1 por ciento interanual. La OCDE (reúne a las principales potencias imperialistas) prevé otra caída del 3,5 por ciento en 2024. El FMI y el BM coinciden con ese pronóstico. Por eso la inflación se mantiene altísima pero ha entrado en una meseta.


Estas bestias se han sentado sobre la caja y promueven una caída histórica del consumo, la producción industrial y la inversión. La recesión de brutos, el asalto a los fondos de los jubilados y al salario obrero son remedios eficaces contra la inflación. He ahí la motosierra.


Un índice decisivo es el de la inversión, con un desplome del 23,4 por ciento interanual, con lo que eso significa en materia de desocupación y reducción de horas de trabajo.


El FMI le exige al gobierno un mayor ajuste. La administración de La Libertad Avanza no tiene problemas con eso pero sí con la estabilidad cambiaria, que es otra demanda del Fondo pero que el gobierno no puede cumplir. Por eso Milei se enfureció y en uno de sus brotes psicóticos dijo que “el FMI está manejado por la izquierda”.

Muchos pequeño burgueses asustados claman contra el voto ciudadano: ¿cómo pudieron votar esto?


En principio, se trataba de elegir entre el bisturí y el cortafierros, pero sobre todo los electores votaron, en efecto, contra la casta, contra la vieja podredumbre hedionda en su corrupción. Milei, que desde siempre perteneció a esa casta aunque en segunda o tercera línea, pudo presentarse como si fuera opuesto a ella.


Pero, sobre todo, hundió en la vergüenza a la izquierda democratizante, que con su lenguaje pulcro intenta siempre no asustar a su audiencia. Milei demostró que la población esperaba, precisamente, un lenguaje duro, brutal. Él hizo por derecha lo que los otros no se atrevieron a hacer por izquierda.


Otros, más asustadizos aun, califican a Milei de “fascista”. Milei es un liberal de extrema derecha, no un fascista, a menos que desechemos por completo las categorías políticas. La de Videla fue una dictadura terrorista, no fascista.


El fascismo es estatista, nacionalista y de masas. Sería una discusión engorrosa ponerse a debatir que no todo movimiento estatista, nacionalista y de masas es fascista. Perón fue todo eso y también fue lo contrario del fascismo, aunque de su movimiento, en su descomposición, se desprendieron facciones fascistas que llegaron a gobernar.


El fascismo necesita ser construido, y ésa es una tarea dificultosa. Casi siempre exige que previamente se haya producido una revolución proletaria aplastada. Entonces sí, el gran capital puede arrojar a la pequeña burguesía hundida en la miseria contra los restos de una clase obrera derruida. Milei no cumple ninguna de esas condiciones.


Cierto es que en algunos puntos se le parece; por ejemplo, en los intentos de Patricia Bullrich -mucho más peligrosa que el Presidente- de organizar bandas armadas.


Ahora bien ¿hay con qué pararles la mano?


Claro que la hay. En lo que va del año vivimos dos paros generales -uno de ellos masivo- y una movilización imponente de 1 millón de personas en defensa de la educación pública (“esa bala nos entró”, admitió un funcionario de gobierno que no quiso identificarse).


La motosierra y el cortafierro seguirán en funciones mientras no encuentren la debida respuesta del pueblo trabajador. Es preciso convertir cada taller, cada lugar de estudios, cada fábrica, cada barrio, en un centro asambleario. Nada puede esperarse de la burocracia sindical salvo traiciones.


Y, como hemos dicho alguna vez, la Argentina tiene una larga tradición de asambleas populares, de pueblo en las plazas. Ése es el camino. 

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