El paro en el subterráneo

 


Escribe Ariel Roc*


El paro general del jueves 9 de mayo encontró en el subte una adhesión prácticamente absoluta, ya que los tres sindicatos actuantes se alinearon sin excusas al llamado de la CGT. Esto obedeció principalmente a las complicaciones de las paritarias, que no le ganan a la inflación y, además, la amenaza de la restitución del impuesto a las ganancias que serrucharía el salario de más de la mitad de los empleados allí trabajan.


Tanto la UTA como el sindicato de metro delegados o el de supervisores coincidieron en una medida que no los tuvo en un frente único, ni mucho menos en una coordinación frente a la patronal. Digamos que fueron tres penitentes de la política oficial que viene llevando adelante el gobierno de Milei-Caputo.


El día después pudo comprobarse un ánimo bastante satisfecho por la contundencia de la medida y que la empresa Emova ni siquiera se atreviera a querer mover los trenes en algún horario marginal, tratando de asestar un golpe anímico político a las organizaciones en lucha.


El gran organizador del paro general que terminó convocando la CGT y suscribiendo la CTA fue sin dudas el propio gobierno, que viene alineando en su contra a todos los actores sindicales y del campo popular. No obstante, se podía notar en el comentario cotidiano, cierta perplejidad y la incertidumbre por la falta de continuidad o siquiera alguna condición en el futuro inmediato que estableciera la realización de una nueva medida si ocurriese tal o cual cosa.


Aunque, en la conferencia de prensa los líderes sindicales no lo dijeron explícitamente se sobreentiende que una caída en la ley bases o incluso la totalidad del DNU le resta todavía la revisión de la Cámara de Diputados son condiciones que le quitarían presión a un nuevo paro nacional. 


La modalidad dominguera que tuvo el paro al no contar con una movilización ni la concurrencia efectiva a los lugares de trabajo en estado asamblea permanente, mejor conocida como paro activo, responde los límites políticos de los convocantes a las medidas y el miedo pavoroso que tienen a que vuelva a volar por los aires el atril histórico de la CGT.


Qué es lo llamativo de todo este proceso, que no despunta una referencia organizada anti burocrática como sí ocurría en los 90 contra los gordos de la CGT o a principios de los 2000 con los metro delegados y otras organizaciones de base como la 60 o Transportes del Oeste.


Basta recordar que en 2008 estuvo a punto de nuclear estas dos líneas de colectivos junto a los metros delegados y en una movida fueron desarticuladas por presiones por un lado y convencimiento del otro contra la tríada de cuerpos delegados anti burocráticos y combativos.


La suerte de los metros elevados derivó en la creación de un sindicato paralelo a la UTA y su ingreso en la CTA para luego terminar volviendo a poner un pie en la CGT a través de la CATT.


¿Por qué este paro general no logra que despunten estas alternativas de superación política a la vieja burocracia sindical peronista y patronal? Porque sencillamente la izquierda por ahora ha renunciado a una lucha por el poder efectivo y termina detrás en tiempo y forma de las acciones que lleva adelante la burocracia sindical. 


El activismo obrero deberá atravesar una etapa de esclarecimiento y desembarazo de estas variantes políticas vergonzantes que no le dan respuesta ni solución, pero confiar en un espontaneísmo o en la propia implementación de un clasismo sin estrategia política puede recaer en experiencias frustrantes como la del post Argentinazo 2001, cuando el “que se vayan todos” terminó con que se quedaron con otra cara de y la paciencia para permitirle a la burguesía nacional recomponer el Estado.


El descontento e insatisfacción material y política es palpable. Que eso no lleve agua para el molino peronista o mejor dicho de la conciliación de clases.


*Ariel es trabajador de Metrovías y ex delegado del taller Rancagua.

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