La Crisis de Arriba, la Crisis de Abajo




Por Alejandro Guerrero

La crisis de los arriba avanza más rápidamente que la movilización de los abajo, que de todos modos lejos está de mantenerse quieta. En 2001, las cuasimonedas fueron producto de la dispersión política y económica del Estado, pero no de un enfrentamiento abierto de las provincias con Buenos Aires. Eso no se veía desde los tiempos de la Organización Nacional, a mediados de los años 50 del siglo XIX.

“Eso no lo puede hacer un miembro del PRO”, dijo Patricia Bullrich de Ignacio Torres, gobernador del Chubut, quien se niega a enviar al Estado central el petróleo y el gas de suprovincia si no le pagan 13.500 millones de pesos que según él le deben por coparticipación federal. Pero el dato clave está en lo que dice Bullrich: el frente oficialista está hecho pedazos y el PRO es parte de una oposición activa. A tal punto es así que el gobernador de Córdoba, el radical Martín Llayora, junto con su colega Fernando Gray, intendente de Esteban Echeverría, toman parte de reuniones en las que se discute organizar “un nuevo peronismo”. Dicho de otro modo: el radicalismo no pasa a la oposición, el radicalismo se despedaza.

En algo, eso sí, los gobernadores patagónicos están de acuerdo: sin fondos no hay petróleo. Una media docena de ellos se ha abroquelado en esa posición.

El federalismo llega al punto de la disgregación nacional, mientras las provincias se ven obligadas a una medida de fuerza en cuando el Estado central no cumple sus obligaciones para con ellas. No se puede menos que estar de acuerdo con Torres cuando dice que el no pago de la deuda de la Nación a la provincia es una “agresión criminal”. Otra cosa es discutir la agresión criminal del propio Torres cuando asigna esos recursos dentro de su provincia.

En fin, el regreso de los “patacones” a La Rioja da una medida de la crisis política, de su profundidad.

Otro dato que se debe tener en cuenta es el de los resultados de la visita de la vicedirectora del FMI, la indo-norteamericana Gita Gospinah. Convencida de que la caída de Milei significaría una catástrofe política, la señora Gospinah dejó un comunicado muy moderado -demasiado moderado- y la promesa de 15.000 millones de dólares para aliviar las arcas “libertarias”.

Mucho más importante es lo que la segunda del fondo dejó trascender. En sus diálogos con el ministro de Economía, Luis Caputo, manifestó su preocupación por la situación social y sus dudas sobre “el tiempo” del que dispondría el gobierno para estabilizar la economía antes de que se produzcan “convulsiones sociales”. Ésa, la de las “convulsiones”, fue la principal preocupación de la señora Gospinah en todo momento. No le faltan razones: para hacer frente a los intereses y capital de la deuda el gobierno liquidó la mitad del PBI. Esas mismas inquietudes dejó caer la funcionaria del Fondo en sus encuentros con distintas personalidades del ámbito civil, académicos, sindicalistas y empresarios.

El regreso de los “patacones” viene acompañado de una fuerte caída en la actividad económica, una inflación galopante, caída del consumo y la inversión y una retracción del empleo.

Es el temor del Fondo: el plan no se sostiene en el tiempo. Los enormes costos sociales lo ponen en riesgo de estallar por convulsiones sociales que empiezan a anunciarse.

Esto es: el plan no es suficientemente sólido -solidez burguesa, claro está- para sostenerse en el tiempo. Antes de consolidarse (eso teme el FMI) provocará un estallido. El plan no tiene base de sustentación para ganar tiempo, no sólo con las masas sino incluso con los gobernadores, con la oposición burguesa. Todo indica que no le alcanzarán a Milei las palmadas de Trump que fue a buscar a Estados Unidos.

El superávit de enero se logró con un asalto a mano armada a la caja de los jubilados -he ahí “la casta”-, con el freno a las transferencias a las provincias y el congelamiento nominal del resto de las partidas.


¿Y el movimiento obrero?

Pocas veces antes se vivió como ahora esa losa pesadísima que es la burocracia sindical, y pocas veces también se sintieron con tanta fuerza las tendencias -las esforzadas tendencias- de los trabajadores por sacársela de encima.

Francisco Maturano, capomafia de La Fraternidad, quiso hacerse el gallito y convocó a un paro para que el gobierno convocara a una conciliación obligatoria. El gobierno, en duelo de guapos, no llamó nada a ver cómo le salía el paro al otro. Entre el sindicato y el gobierno le añadieron un punto más de preocupación a la pobre Gospinah: no se movió un solo vagón, el paro fue total. Tanto se asustó Maturano que hizo constar en actas que el gobierno no había llamado a conciliación.

En cuanto a los docentes, la presión de las bases por el recorte salarial fue tal que la burocracia de Baradel tuvo que convocar a una asamblea falsa (es una reunión de la burocracia, no de las bases) y llamar a un “no inicio” y “plan de lucha escalonado”.

 Habrá que aprovechar la ocasión para llenar los colegios de asambleas y extender el paro (el “no inicio” fue masivo.

La CGT bramó que no está en sus planes un paro nacional. Obvio, si lo llaman ¿después cómo sigue? ¿chasquean los dedos y la gente se vuelve a su casa? Estos son traidores de cuero curtido, no permitirán que les pase como al aprendiz de brujo. Un paro activo, unahuelga general, deberá retomar la tradición histórica de 1975, la de las coordinadoras fabriles, y la tradición asamblearia de 2001/2002.


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